Hace un mes pasamos por su casa, pero estaba enfermo y no se sentía a gusto para la entrevista. Sin embargo, la vida nos puso delante una segunda oportunidad y regresamos a Yagüajay.
Esta vez Osvaldo Oliva Guerrero nos recibió con una sonrisa y conversamos en la pequeña salita de su apartamento. En la pared duermen varias fotos recortadas de periódicos viejos. Algunas son de pelota, por supuesto, y en otras aparecen Fidel, el Che Guevara y el actor Enrique Arredondo. Este último era el más cómico del mundo, según Oliva.
También hay un retrato de sus dos hijas (Belkis y Yanet).
Aunque mi entrevistado ya no sigue mucho la pelota, inevitablemente hablamos sobre la decepcionante actuación de Sancti Spíritus en la presente temporada beisbolera. Coincidimos en que Lourdes Gourriel debió «refrescar» a Yulieski como cuarto bate en el play off frente a Pinar del Río.
«A Urquiola no le tembló la mano con Peraza», acota Oliva, quien admira mucho al manager pinareño. No obstante, él sabe que algunos peloteros son líderes y sentarlos se vuelve complicado.
«Una vez estaba jugando en tercera base y batearon un fly hacia la zona foul del jardín izquierdo. Corrí bastante, pero al final la bola me dio en el guante y cayó al suelo. Después fui al bate y fallé, así que Eduardo Martín mandó a Rigoberto Rodríguez a cubrir por mí.
«Aquello me cayó como una bomba, pues Rigoberto era short stop y no tercera base. Muchacho, tremendo alboroto formé. Hubo hasta reunión de la Juventud. Todavía creo que a Martín se le fue la mano conmigo, y a mí con él, porque le dije un montón de cosas», recuerda Oliva.
«Si eso es así, imagínate cuando el director tiene a sus hijos en el equipo. El resto de los atletas siempre va a estar comparándose con ellos. Necesitas prepararte muy bien para eso», explica.
«En Sancti Spíritus parece que ha fallado la química. Se notan las tensiones. Ramos, el primer bate, tuvo que pulirla para jugar. También Acebey. Sin embargo, el muchacho resolvió en el campo corto.
«Recuerdo a los directores halándose los pelos para decidir quién jugaba entre Cheíto y yo. Él bateaba mucho, pero a mí tenían que abrirme un espacio».
—¿Cómo llegó Oliva a las series nacionales?
—Empecé a jugar pelota cuando entré en el servicio militar, en el año 1967. Después fui para Santa Clara y me apunté en la academia provincial con Natilla Jiménez. En aquella época jugaba en el campo corto, pero un señor que conocía mucho de pelota, de apellido Hoyos, me recomendó irme para tercera base por el brazo que tenía.
«Se lo dijo a Natilla y él probó. Así empecé con Las Villas en las series nacionales. Al principio era malísimo al bate. Imagínate que en mi primera temporada (1968-1969) terminé entre los líderes en ponches recibidos. No le daba a las curvas. Me adapté con mucho entrenamiento.
«En la vida todo se aprende y los golpes enseñan. Al final de mi carrera solo quería que me tiraran curvas, porque las mañas te ayudan».
—Oliva era un pelotero muy explosivo en el terreno. ¿Alguna vez se fue de rosca?
—En Cuba no. La pelota se juega fuerte, pero sin guapería barata, como esa que vemos cuando le dan un pelotazo a alguien y después quiere comerse al pitcher.
«En mi tiempo la ley era otra: si me das un bolazo, después te doy una línea. Yo cogía bastantes pelotazos, por eso me pusieron el Loco.
«Pero un día sí me exploté en los Juegos Panamericanos de México, en 1975. Estábamos compitiendo contra Puerto Rico y le di triple a Rogelio Negrón.
«Luego se escapó un lanzamiento y me mandé para home. Hubo jugada y cuando me deslicé Negrón me pisó a propósito. Ahí mismo me levanté y nos fajamos a los piñazos.
«Al final ganamos el torneo y no volvimos a enfrentarnos. Pero Negrón siempre fue mi enemigo. Me dio un piñazo que todavía me duele».
—¿Cómo le fue a Oliva con los árbitros?
—Tuve pocos problemas, porque yo sabía protestar. Ellos me respetaban por eso. Un día en Sancti Spíritus estábamos ganando por un montón de carreras en el cuarto inning. Era uno de esos juegos en los que todo el mundo quiere terminar rápido.
«Muchacho, pegué una línea por el right field y seguí para segunda, pero fui out de calle. De todas formas me quedé parado y empecé a decirle horrores a Izquierdo, el “ampaya”. Entonces él me dijo bajito: “Puedes gritar toda la tarde, que no te voy a botar. Este sol te lo vas a mandar junto conmigo”».
—¿Usted cree que ha bajado el nivel del béisbol cubano?
—No mucho. Pero la pelota es muy viva y eso nos pone en crisis porque se ven más batazos. Además, el bate es de una madera que parece aluminio y los lanzadores están obligados a pasar la bola por el centro de home para que les canten strike.
«A pesar de todo, los bateadores de arriba en la tanda esperan mucho. Yo siempre me ponía bravo con Miguel Rojas por eso.
«Él era el primer bate y yo el segundo. Recuerdo que le decía: “Rojas, después del Himno Nacional ningún pitcher abre el juego con curvas. Todos empiezan con recta al medio. Hazle swing a la bola, compadre”.
«En eso el bárbaro era Anglada, que cazaba a los lanzadores con la primera bola».
—¿Oliva tuvo todas las oportunidades para integrar el equipo Cuba?
—Casi todas. De eso no me quejo. La única injusticia que recuerdo conmigo fue a raíz de un juego en Santa Clara contra Camagüey. Felipe Sarduy me soltó un metrallazo por tercera base y se me fue entre las piernas. Entonces Servio Borges me dijo que no iba a salir más con el equipo Cuba. Y de verdad que no viajé más.
—¿Cuál fue el pitcher más difícil para usted?
—Changa Mederos. Era un abusador con las curvas. Cada vez que él iba a lanzar, yo sabía que me tocaban tres o cuatro ponches. Creo que nunca le di un hit.
—¿Por qué Oliva decidió retirarse?
—Muy sencillo: el brazo ya no me daba más. Terminé mi carrera poniéndome una inyección de hidrocortisona antes de cada juego. Todo por culpa de una lesión tonta: la puerta de un carro me machucó al cerrarse. Curiosamente, me retiré en el año que mejor estuve al bate (1984).
—¿Nunca pensó en cambiar de posición?
—Yo jugué casi todas las posiciones, pero antes de estabilizarme en tercera base. Después que estás tranquilo ya es distinto, te cuesta más trabajo arrancar desde cero.
—¿Cómo ha sido su vida después?
—Más tranquila y solitaria. Fui manager de Yagüajay en las series provinciales, pero duré poco porque tuve una controversia con un jugador. Hay cosas que no se permiten en la pelota.
—¿Nunca ha estado con Sancti Spíritus en las series nacionales?
—No. Me lo han propuesto, pero nunca he querido.
—¿Por qué?
—Esta pelota ya no es la misma que yo jugué. He visto a Sancti Spíritus ir perdiendo por cinco o seis carreras y tirar la toalla. A mí me gusta ganar siempre y en esos casos, en lugar de traer al pitcher más malo, traigo a uno bueno para frenar al contrario. El relajo con orden.
—¿Qué hace Oliva en estos momentos?
—Estoy jubilado. El 16 de mayo cumplo 62 años. Vivo tranquilo, aunque hace un tiempo estuve muy enfermo, con leptospirosis. En ese momento poca gente me vino a ver. Solo los amigos más cercanos. Ninguna autoridad. Con las glorias se olvidan las memorias, como dice el refrán.
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